TRISTE REALIDAD EDITORIAL


Sabemos que en nuestro país no existe una adecuada política cultural, menos editorial, por ejemplo, la Ley del Libro carece del sentido de equidad ante la distancia que suponen las firmas transnacionales con las editoriales independientes que están consideradas como microempresas, y, por obvias razones, su acceso a los beneficios tributarios y capacidad financiera es limitado.
Pero, al margen de la indiferencia del Gobierno en este aspecto y otras problemáticas como las licitaciones, los fondos concursables, los planes del libro, incluso, la liquidación por parte de las librerías que ocasionan un dolor de cabeza para los editores y la falta de apoyo institucional (privado o estatal) que denuncian constantemente; el sector también enfrenta la informalidad y mediocridad de algunos de sus promotores.
¡Con qué cara podemos exigir cambios si continuamos trabajando sin el mayor sentido de respeto y compromiso editorial! Autores mecidos por sus editores con el sueño de la publicación de su libro que —en el mejor de los casos— saldrá hasta el siguiente año. Siguen los estafados que apenas recibieron el “machote” de su obra y no falta quienes después de tantos años descubrieron que el Depósito Legal o ISBN no corresponde al título impreso. Para cerrar con broche de oro, tenemos una mayoría de editores que a punta de presión entregaron tardíamente los libros que corresponden a la Biblioteca Nacional. ¡Es una vergüenza! Un despropósito que no termina hasta descubrir que dicha “industria” no figura en Registros Públicos. ¡Triste realidad!


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