BULLYING: ENTRE MONSTRUOS Y SANTOS


Ahora que el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos acaba de anunciar que los estudiantes que comentan bullying contra sus compañeros podrían ser denunciados penalmente y sentenciados hasta con seis años de internamiento en un Centro Juvenil, los padres que mal educan a sus “retoños” deberán pensar dos veces antes de continuar con sus actitudes violentas, prepotentes, discriminatorias y prejuiciosas, porque ahí radica el principal problema.
Ya sabemos que todo aquel que abusa y agrede es un miserable. Pero independientemente de eso, también los padres de familia —por ausencia, complicidad o negación— son parte de esa miseria. Algunos no cruzan mayor palabra con sus hijos que un saludo en toda la semana; otros enseñan a mirar con odio, miedo y rechazo a quienes “aparentemente” son diferentes al resto; y no falta quienes pintan alas y aureolas en el rostro de sus hijos justificando sus patanerías. Y encima, luego, hablamos de corregir con firmeza y con amor.
De otra parte, están los padres sobreprotectores cuya paranoia los lleva a premeditar un diagnóstico: Bullying. ¡Que se accidentó jugando! ¡Bullying!, ¡Que le hicieron un mal gesto! ¡Bullying!; ¡Que sus calificaciones bajaron! ¡Bullying!; ¡Que no tiene muchos amigos! ¡Bullying!, ¡Todo es bullying! Por ese motivo, también las falsas acusaciones deben ser sancionadas, aquellas que además de generar un proceso engorroso, terminarían creando monstruos donde no los hay –salvo nuestras suposiciones– y santos indecisos, timoratos, esperando el milagrito.
En realidad, me alegra la disposición porque no debemos tolerar a quienes golpean, insultan, aíslan o acosan por internet para sentirse superiores y populares; pero no deja de preocuparme porque como padres aún no somos capaces de regular nuestras emociones; lamentablemente, tendemos a exagerar y dramatizar sobre cualquier situación de la vida en lugar de ayudar a buscar soluciones, peor aún cuando se ufanan por su título de abogado o psicólogo.
 (30-11-2019)

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