UN BUEN CANDIDATO


¿Qué debe tener un buen candidato, además de una sonrisa ridícula mientras camina por las calles deshaciéndose en halagos y un par de padrinos patrocinando la campaña electoral? En realidad, un excelente cuadro político debe ser, por sobre todas las cosas, buena persona. Correcto, justo, tolerante y empático. Transparente en sus gestos y sincero en su manera de pensar y concebir el mundo, aún no estemos de acuerdo con sus opiniones personales.
Si la Ley Orgánica de Elecciones no puede impedir la postulación de algunos sinvergüenzas, elimina de tus posibilidades aquellos que tienen sentencias pendientes por delitos de violencia, resistencia a la autoridad, pensión alimenticia, incompatibilidad laboral, incluso, usurpación de funciones.
El siguiente paso es descartar a los populistas y mentirosos que te observan con sus ojos de borrego zonzo para ganarse tu voto; aquellos que creen que la gestión pública es firmar un documento y enviarlo con la secretaria, y encima te aseguran que tienen la experiencia para ejercer un cargo. Elige, más bien, al diligente y competente, a quien no solo presume habilidades gerenciales, sino se involucre en el proceso que sugiere alcanzar una meta y es capaz de escribir su propio discurso.
Ahora, evalúa sus propuestas tomando en cuenta el cargo que ejercerá. Recuerda, por ejemplo, que el ejecutivo es quien se encarga de las grandes obras públicas y que el legislativo –como su nombre indica– está facultado principalmente para desarrollar y modificar leyes. Lo demás es puro marketing político. Asimismo, pregunten a sus candidatos: ¿Para qué son buenos? Y tendremos idea por dónde encaminarán sus propuestas una vez que estén en el cargo.
En consecuencia, aprendamos a triangular los tres elementos: un ciudadano que tenga principios y no sea prejuicioso, demuestre verdadera capacidad de gestión en el oficio o profesión que desempeña, y tenga propuestas auténticas y viables. 


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